La última escena

Práctica #4

Catellano II
Profesor: Antonio Nuñez
UCV-ECS 2001

Cuando llegué eran las diez y media. No quería, pero aquí estoy.
Al ver tanta gente aglomerada en la puerta, me resigné a la espera. Ni modo, debía quedarme. Mi hermano André, actor de teatro, me pidió mil veces que no faltara porque hoy es uno de esos días en los que más necesita verme.
Al fin pude entrar. Al llegar al último escalón de la larga escalera que conduce al salón principal, recordé mi promesa de nunca volver a estos sitios. Ah, ¡qué carajo! Ya estoy aquí. El ambiente es sombrío. Las luces parecen extinguirse con el paso de los minutos. Emociones mezcladas de gente, que se saluda, se abraza y se besa, incluso sin conocerse, invaden el lugar.
Aun no he visto a mi hermano, lo más seguro es que esté con Camila.
Observo la gente a mí alrededor. Mi camisa de flores no encaja con la línea lúgubre de las personas ni del lugar. ¿Pero quien dice que para venir a estos sitios hay que vestirse de negro?
La gente conversa, algunos se ríen, y otros más lloran. Las sillas, dispuestas una al lado de la otra, marcan el camino al escenario. Mi hermano, en medio de un tumulto que apenas me permite verlo, está tirado sobre un gran cofre y entre sus labios se cuela un poema de Benedetti para Camila. Un rayo de luz que escapa del salón contiguo, descubre su rostro mientras le declara su amor.
El silencio invade el salón. Todos miran la escena, atentos e impresionados. André restriega la cara sobre la caja, como queriendo meterse dentro, como queriendo hurgar en lo imposible. Se desespera tanto que me atrevo a interrumpir la escena, sintiendo sobre mi espalda el peso de las miradas.
Mi hermano se sorprende, pensó que no iría. Las personas se retiran, como las lágrimas lo hacen de sus ojos. Camila está tan serena. Quisiera decirle que hoy está más bella que nunca pero ¡bah! no lo escucharía.
Ya no se oye el llanto colectivo, ni las pocas risas. Solo quedamos mi hermano, yo y, en el medio del salón, la fúnebre caja de ébano que guarda a Camila.