La muerte llegó primero

Práctica # 1
Castellano II
Profesor: Antonio Nuñez
Mayo 2001
Por Jael Irene Palacios
(Este lo rescate de una web perdida del profesor)



Cuando regresé a la celda ya había recogido sus cosas: un cuaderno de notas acumuladas durante quince años, algunos libros, un afiche de Marilyn Monroe que Eloy le regaló en su cumpleaños y su inseparable armónica. Hoy es el gran día. Sus hermanos llegaron hace como dos horas, pues yo les avisé. Hace tanto tiempo que Agustín no habla con ellos, ni siquiera sabe que su mamá murió.


Me paré frente a la celda y apenas podía ver parte de su rostro. Estaba sentado en la cama, en medio de aquel cuarto gris impregnado de humedad, con las piernas cruzadas y sobre ellas apoyaba el cuaderno de notas. Desde allí, no alcancé leer lo que escribía, a pesar de que la cama estaba muy cerca de la reja. Le pregunté como estaba y no me respondió. Seguía molesto. Llamar a su familia fue una intromisión de mi parte. Él no quiere saber nada de ellos.


Hace algunos días, después de recibir la orden del juzgado, uno de los reos lo amenazó de muerte. La envidia es hostigante cuando se disfraza de puñal, pero Agustín está tranquilo. Total, tan sólo le quedan minutos para salir de aquí.


Saqué el manojo de llaves de mi bolsillo y comencé a abrir los candados. Cada vuelta de la llave sonaba a una libertad que rompía con el silencio del pasillo. Abrí el último candado y Agustín ni se inmutó ante mi presencia. Permaneció con las piernas cruzadas y el lápiz sobre el papel. Ni siquiera escribía. La reja lanzó un estremecedor chillido que me impidió abrirla de un todo. Esperé que se levantará y no lo hizo. Estaba allí, sentadote, como si fuese cualquier día.

-¡Levántate hermano, ya eres libre! -le recordé, pero no me respondió. Quise acercarme y confieso que sentí temor de su reacción. Estaba tan molesto que podía golpearme. Durante algunos segundos permanecí callado. Pero no me contuve más. Eché el temor a un lado y lo manoteé por el hombro.


-Agustín, hermano, ¿qué te pasa? ¡Agarra tus cosas y sal de aquí, estás libre! ¿No entiendes?

Agustín cayó tendido en la cama al mismo tiempo que la armónica se escapaba de un bolsillo. Sus manos estaban heladas y su pálido rostro, convertido en recuerdo, aún me persigue cada noche. Recogí el cuaderno del piso y al fin pude leer lo que fue su última frase: "Hoy es el día más esperado".

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