América, un edén

Por Jael Palacios

Ensayo analítico a partir de la Lectura de

"Las venas abiertas de América Latina"

de Eduardo Galeano

Historia Contemporanea de America

Profesor: Lionel Muñoz

20 de abril de 2001

Definir América resulta una osada labor. Son tan infinitos como diversos los elementos que la componen, mágicamente descritos en las crónicas precolombinas, en los relatos de los conquistadores y las investigaciones de historiadores contemporáneos, que sería imposible establecer un concepto único y exacto. América representa una fuente inagotable de recursos que permiten ser redescubiertos una y otra vez. ¡Y además nos perdona la osadía de intentar reducirla a dos páginas de ensayo!

El Nuevo Mundo, llamado así por su aparición tardía ante los ojos de Europa, es una mezcla de razas, regiones y recursos desbordantes de belleza y exotismo. La gran variedad de rasgos físicos que nos asocian a una región especifica, la distintas formas de vida y comportamiento, la extensa gama de paisajes que va desde elevados monumentos naturales vigilados por el ojo cauteloso del cóndor hasta las tierras bajas encendidas por el sol, y el heterogéneo sentido de las ideas expresado a través de diversas representaciones artísticas son evidencia de cuan complejo es este “nuevo mundo nacido de aquella equivocación de consecuencias grandiosas”. (Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, 1998)

América no puede reducirse a una palabra, a una declaración de diccionario, a un lugar en el mapa. América somos todos: un conglomerado de pensamientos, de acciones, de sentimientos, de propósitos, de objetivos, de sueños dibujados en múltiples colores que existen millones de años antes de 1492. ¿Por qué comenzar nuestra historia desde la primera mirada de los españoles?
Ni siquiera el mismo Colón supo que esta hermosa tierra descubierta hacia largo tiempo –dice Galeano que fue por los noruegos- era el nuevo continente.

Cuando los españoles invadieron América, ya existían grandes imperios establecidos en distintas regiones del continente. Así, los incas extendían su poder sobre lo que hoy llamamos Perú, Bolivia y Ecuador, abarcaban parte de Colombia y Chile y llegaban hasta el norte argentino y la selva brasileña. Los aztecas habían conquistado el valle de México y en Yucatán y Centroamérica la civilización maya se organizaba para el trabajo y la guerra. La conquista destruyó las bases de aquellas civilizaciones que, si bien demostraron una gran sabiduría en el levantamiento de sus inmensas ciudades y monumentos religioso, desconocían un sinfín de inventos provenientes del otro lado del mar (el arado, el vidrio la rueda y la pólvora) que los colocaban en gran desventaja frente a un viejo mundo ante el cual sucumbieron involuntariamente.

Y aún hoy, aunque no dejan de ser provechosas para nuestro propio desarrollo, las avanzadas muestras de tecnología y adelantos en el área científica de las cuales se jactan las grandes potencias nos mantienen en una especie de sumisión a la cual nos hemos acostumbrado.
Entonces ¿Por qué elogiar una y otra vez “las hazañas de nuestros conquistadores” sin dedicar el pensamiento a pueblos que, de haber alcanzado su pleno desarrollo y el propio dominio de las regiones que habitaban nos hubiesen trazado una historia diferente?

A pesar de ello, somos una tierra colmada de grandes tesoros naturales que ni el más bárbaro de los conquistadores pudo destruir. Autenticas obras de arte, nuestros paisajes, han inspirado a infinidad de autores e investigadores, al punto de pensar en América como el sublime Edén creado por Dios. Un edén adornado con diferentes culturas que, a pesar de las transformaciones provocadas por el tiempo, permanecen arraigadas a sus regiones. América es, en fin, un camino, un constante andar, una sonrisa, un pensamiento común…una mezcla.